
ENTREVISTA. Los cuatro hermanos Llanos jugaron al básquet, sus padres los acompañaron en sus trayectorias y la naranja les brindó grandes amistades. Rubén es DT y sus hijos, Valentino y Rocío, continúan el legado que se inició con Walter Adaro.
La calidez en el hogar de la familia Llanos se mantiene a lo largo de los años. Desde que sus hijos fueron pequeños, la casa recibió a chicos de distintas categorías, compañeros de equipo de Cristian, Rubén, Fernando y Germán. Disfrutaban largas horas jugando al básquet en la improvisada cancha en el patio e incluso se quedaban a dormir. También fueron anfitriones, cada 20 de julio para festejar el día del amigo, justamente con los amigos que les regaló el básquet, que por cierto son muchos.
Al día de hoy, el calor de hogar y la reunión familiar continúan siendo una constante en la casa de San José. Al llegar, y para adentrarse en la entrevista, nada mejor que un mate o un café acompañado por una torta casera elaborada por la dueña de casa: la señora Amanda.
Llega Rubén a la casa paterna, vestido con buzo de entrenador y debajo se visualiza la camiseta amarilla de Leonardo Murialdo. Y sí, viene de entrenar a la U13. El «Hormiga» se lamenta porque perdieron en los minutos finales contra Atenas. Sin embargo, le ve el lado positivo a la caída y dice: «A pesar de la derrota hemos mejorado, contra ese mismo equipo en el torneo anterior perdimos por 30 puntos. Hoy estamos mucho mejor gracias al esfuerzo que hicimos para aumentar los entrenamientos (cantidad de días y horas). La verdad es que estoy muy conforme con la dirigencia de Murialdo. Nos brindan todos los elementos y la infraestructura necesaria para realizar las prácticas”. En cuanto a la organización interna comenta: «Hay dos padres encargados por categoría. Cada uno cumple una función y son los responsables de todo lo que necesiten los técnicos y los chicos. La verdad es que muy buena predisposición tienen para colaborar con el club». El legado basquetbolístico continuará ligado al apellido Llanos. Valentino, hijo de Rubén, juega en los mosquitos y premini de Murialdo. En tanto, su hija Rocío juega en General San Martín en U17 y U21, además de entrenar con las chicas de la primera división.
A la charla se suma, el dueño de casa, Rubén Hilario y al rato llegan juntos; los hermanos Fernando y Germán. A pesar de que el básquet, es parte de sus vidas, tanto Fernando como Rubén comenzaron jugando otros deportes y luego, se dieron cuenta que la atracción por la bola naranja no se compara con nada.
«Yo de mi chico jugué al tenis y el básquet no me atraía tanto. Hasta que comencé a practicarlo cada vez más y a partir de los 9 años me metí de lleno en este deporte» se sincera Fernando. Rubén se suma diciendo: «Yo jugaba al fútbol con los chicos en la calle. Me encantaba. Pero mi abuelo materno, Walter Adaro, era fanático del básquet y fue él, quién me obligó a practicarlo. Cómo sería que no me gustaba que entrenábamos en Sayanca y varias veces cada vez que el profe decía a «tomar agua» yo aprovechaba que el baño estaba al lado de la puerta de salida y me iba a mi casa. Pero un día mi abuelo se dio cuenta de esta situación y me preguntó que hacía tan temprano en casa y le respondí que había terminado el entrenamiento. No me creyó y me llevó de los pelos de regreso a la práctica», recuerda entre risas.
Su mamá acompaña la anécdota de Rubén: «Sí mi papá fue Selección Mendocina y un amante del básquet». Y Rubén termina cerrando: «La verdad es que cuando te metés en el mundo del básquet, no lo querés largar más».
En el caso de Germán, comenzó dando los primeros piques con apenas 4 años en la categoría mosquito en Mercado Cooperativo Guaymallén. Tuvo la posibilidad de jugar junto a su otro hermano; Fernando y así marcar el inicio de muchos partidos donde el apellido Llanos aparecería en la planilla por partida doble o triple en cada juego.
Luego, el más pequeño del clan pasó por General San Martín, en preinfantiles y cadetes alternando su participación como refuerzo en la Copa Pancho, como refuerzo del representativo mendocino, en Chile. Tras un breve paso por el Lago con la camiseta de Regatas, el debut en primera división llegaría con tan solo 15 años en el club Petroleros/YPF y bajo la dirección técnica de Sergio Pedemonte.
A la charla se incorpora el nombre de Cristian, que aunque no esté físicamente, se encuentra presente en el corazón y la mente de cada uno de los integrantes de la familia por siempre. «Jugar con Rubén y Cristian juntos era una misión imposible, muy difícil», recuerda entre risas Germán. «Imagináte que era el base del equipo y si en un ataque no se la pasaba a alguno de los dos, las puteadas aparecían rapidamente», afirmó. A lo que Rubén acota: «A mí que no me gusta tirarla -ríe- se la pedía insistentemente y cuando la recibía, lanzaba al aro. Si no entraba, los gritos del Negro eran insoportables reclamando de por qué había tirado y porque Germán no jugó con él”.
“Me miraba fuera de sí y expresaba, ‘hace cinco ataques que no toco la pelota’, y en realidad, habían sido tan solo dos”, concluye Germán entre la nostalgia y las risas.
Los recuerdos del Negro continúan sucediéndose uno tras otro. «Ni te cuento cuando jugábamos americanas contra Cristian. Eran tardes enteras. Pero eso sí, vos le podías ganar una o dos. Sin embargo, las revanchas eran terribles. Te jugaba con todo. Y si no te ganaba por técnica lo hacía por resistencia física. Un animal», dice Rubén.
Los Llanos además de jugar para el mismo equipo, lo hicieron con camisetas diferentes, también. Fue el caso cuando Cristian vistió los colores amarillos de Leonardo Murialdo en tanto que Rubén y Germán lo hicieron con los azules de Petroleros/YPF. De ahí, surge una de las anécdotas que al narrarla pareciera que es como si la volvieran a vivir.
«En una reválida Murialdo-YPF, nuestro técnico Sergio Pedemonte en la charla nos dijo que enfrente hay un tal Cristian Llanos que va a todas, que no va a dejar pasar ninguna y hay que estar muy metidos en el juego porque ese se tira de cabeza a cada pelota. Y es verdad, continúa Rubén. En una bola disputada contra Jorge Garófalo, el Negro fue tan fuerte al piso que robó la pelota, se levantó e inició el ataque»
En la misma serie de reválidas para mantener la categoría entre azules y amarillos, en cancha de Anzorena, Rubén y Germán rememoran el partido que llegaron diez minutos antes de comenzar el partido porque Pupa Linardelli los pasó a buscar tarde y llegaron a la cancha casi a la hora del juego.
«Veníamos siendo titulares los dos» cuenta Rubén y Germán asiente con la cabeza. «El partido era a las 21 y Sergio nos había citado una hora y media antes. Nosotros llegamos a Anzorena y Sergio estaba en la puerta del camarín esperándonos. Saludamos y nada, ni una palabra. Por supuesto, fuimos al banco por haber llegado tarde. En el entretiempo, Sergio nos recriminó que íbamos perdiendo por 20 puntos culpa nuestra, por no llegar temprano. Eduardo «Pupa» Linardelli quiso justificar el hecho explicando que había tenido un problema con los horarios de trabajo pero no fue aceptado y recibió varios tizazos por parte del DT -no había tablita y fibrón-» explica.
Y continúa la anécdota: «Sergio nos metió en el segundo tiempo y terminamos dando vuelta el resultado y mantuvimos la categoría. Pero lo más gracioso fue la calentura de Sergio y la lluvia de tizas que hubo en el camarín».
Entre mate y mate, Amanda recuerda el permanente acompañamiento que realizaron junto a su esposo, en los partidos que jugaban sus hijos biológicos y adoptivos del básquet como es el caso de Juan José Angelini.
Papá Rubén rememora las largas jornadas de varios compañeros de equipo en su casa. «No solamente que se comían todo, dice entre risas, sino que se quedaban a dormir y cuando yo me levantaba al otro día para ir a trabajar, al lado de cada uno de ellos colocaban un cartel indicando la hora que los tenía que despertar»
Si bien Fernando es el que menos jugó en forma oficial comparado con sus hermanos, sigue despuntando el vicio basquetbolístico. «Jugamos en la categoría M35 y estamos tratando de contratar un base» dice mirando sonriente a Germán.
Al momento de la foto familiar, los primeros en acomodarse en el amplio sillón del living fueron los tres hermanos que recibieron a su padre y lo colocaron en la rodilla de Fernando. Amanda con un contundente. «No así no, anulo la propuesta fotográfica que proponían los muchachos. A mí, cada vez que vamos a una foto, me agarran entre todos y me tiran para arriba», recuerda ante las risas cómplices de todos los integrantes.
Luego de las imágenes para el recuerdo, sale el típico Boca-River familiar. Germán con los colores del Millonario, comparte sentimiento con Rubén, el recordado Cristian y su padre. En tanto, Fernando y su madre son del equipo de La Ribera.
«Tenemos un grupo de whatsapp y cuando hay un clásico explota de gastadas. En ese grupo está otro riverplatense de alma, Juanjo Angelini -hoy viviendo en España-. A veces, suele ser la madrugada aquí en Argentina y el teléfono no para de sonar. ¿Quién es? El Juanjo desde España enviando mensajes alusivos al fútbol», cuenta Fernando. Amanda se confiesa: «Yo soy de Boca, pero cuando me empiezan a gastar mucho, yo los mando a pasear, por decirlo en términos respetuosos» dice en un tono enérgico.
La reunión se hace amena y pasa largamente la hora de duración. La tarde se va despidiendo lentamente y los rayos de sol se terminan de esconder detrás de las montañas. Fue una tarde especial junto a los Llanos.
El fútbol y en especial, el básquet seguirán siendo motivo de conversación en el seno familiar por muchos años más.