Se fue de la cancha el mejor de la historia. Hoy se retiró Emanuel Ginóbili y esto me permitió recordar que pasé la mitad de mi vida con él. Cómo sus logros afectaron mi vida y me hizo ser quien soy hoy.
No les puedo explicar la mezcla de sensaciones con la que escribo estas líneas. Aquellos que me conocen saben lo que siento por Emanuel David Ginóbili. Deportivamente hablando, para mi Manu es todo. No hubo ni habrá otro igual en la historia del deporte argentino. Marcó un antes y un después en nuestro básquet, junto a una Generación que nos dio todo.
Cuando a los ocho años iba a entrenar a Talleres de Remedios de Escalada, no tenía ídolos basquetbolísticos. De hecho, no sabía nada de básquet. La Generación dorada no existía como tal, y por aquellos años la Liga Nacional de Básquetbol llegaba a su primera década.
Nacido en el seno de una familia hiper futbolera, en la que nunca se habló ni se vió otro deporte, caí al básquet por el Fede, amigo del barrio que me llevó de prepo a un entrenamiento. Lo dejé al tiempito: No me gustaba entrenar. Sin embargo, me enamoró el deporte.
Así es como empecé a meterle los cuernos a mi viejo, que tenía ojos solamente para un River que por esos años ganaba la Libertadores y el tricampeonato. No podía tocarle la tele para poner un partido de básquet. Había que hacerlo de canuto.
Pero como los grandes conquistadores, Manu llegó para romper todo tipo de barreras. Después de varios partidos de Indianápolis 2002 escuchados por radio Continental, porque mi viejo quería ver otra cosa, los éxitos hicieron eco en su cabecita futbolera y ya empezó a ver con otros ojos a el equipo que hizo historia ganándole al Dream Team. Desde ahí, ya pude blanquear el amor eterno a este tipo que revolucionó todo lo que tocó.

Y cada logro de él, hizo huella en mi. Indirectamente, me fue llevando a ser quien soy hoy. Las largas horas de televisión, las tardes sentado con la radio de fondo, el seguir torneos que no muchos seguían. Ver un Juego Olímpico, inolvidable como lo fue Atenas 2004, hizo que empiece a interesarme en el periodismo.
Y empecé a dar mis primeros pasos. Y siempre me acompañó Manu. Primero en el diario de la escuela secundaria, dónde pude plasmar en palabras el Oro de Atenas. Después, cuando comencé a estudiar periodismo deportivo, en medio de Japón 2006 y ese partido inolvidable contra la España de los Gasol. Ya en mis primeros años en Crónica, trabajando con colegas amantes de la Naranja, y de Manu. Eternas charlas con el Colo Atanasoff preguntándonos por qué no fue a Turquía. Porque sí. Dolió.
Mientras todavía estaba fresco el cuarto puesto en Londres 2012, se empezaba a gestar Crack. Allí, me tocó comenzar a cubrir el básquet de Mendoza por primera vez. Y empecé a pensar en formar algo nuevo, hasta que apareció Pucho y decidimos comenzar con Salto Inicial, en la víspera de un nuevo Mundial. Si bien tenía ganas, los Spurs le cortaron las alas y Manu debió bajarse de aquella cita.

Por eso, yo creo que Salto Inicial es un poco de Manu. Todo lo que me transmite desde hace 16 años como deportista me llevó a amar a este deporte, a formarme y a prepararme para poder encarar un proyecto personal dedicado al básquet. Hay miles de Ezequiel Farias de Lara en el país, que de alguna manera u otra fueron marcados por un tipo que siempre fue fiel a sus palabras. Que cuando dijo «si», fue «si». Y el «no», aunque dolió, siempre fue un «no». Nunca jugó para la gente o para la tribuna. Jugó para el, para su familia y para su personalidad, que es gigante. El 27 de agosto es el día del basquetbolista argentino. Se retiró el mejor de todos. Se va de la cancha el enorme Manu.