Kobe, yo no quería ser como vos…

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Por Amadeo Inzirillo 
Especial para Salto Inicial 

El recuerdo reaparece en la memoria y se repite como un loop interminable: es mi hermano en esa habitación de una casa de barrio en invierno, condensanda en el calor de una estufa que quema gas, fintando entre la cama, la silla y el escritorio; encestando en un aro de percha de cable que cuelga del placard. En las paredes hay póster de fútbol (Aimar, Riquelme, Maradona, Ronaldo-el Gordo-) en el piso de alfombra solo esta Jordan emulado por un pibe unos cuantos centímetros menor.

Mi casa era una de esas casas futboleras, como varias de Argentina. Con un padre fanático, una madre que de tanto oír sabía como nosotros y dos hermanos que crecieron bajo la admiración de la Holanda del 98 y las gestas de Riquelme en Tokyo. Pero Jordan nos rompió la cotideanidad. Jordan y Pippen y Rodman y aquél Utah de John Stockton y Karl Malone. El básquet dinamitó lo que no era una religión pero casi y se inoculó entre nosotros y aquella infancia inolvidable.
Yo era el menor de los hermanos, algo que casi siempre me dio ventajas. Ante mis padres, con la protección de mi hermano mayor versus los problemas. Pero hay algo que es inevitable y se llama legado o herencia, que para el caso es lo mismo. Ahí perdí, por goleada, todos los partidos o todas las series, ya que estamos con esto del básquet. En la repartija mi hermano tenía la potestad de elegir, tal vez por eso de ser el primero, algo tan típico de los 90. En la play era Brasil, el tele estaba en su habitación y yo ligaba las prendas que a él ya no le entraban.
Hasta ahi, todo era lidiable, llevadero. Digo hasta ahí porque con la elección de los ídolos no había aceptación ni explicación posible. Él era Ronaldo, él era el Power Ranger Verde, Sub-Zero y él, en su cuantiosa cuota de egoísmo, también era Michael Jordan en esa pieza de invierno. Y uno, en esto de ser el menor, liga lo que viene después y así es en el correlato es Rivaldo, el power rojo, Scorpión y por decantación, Kobe Bryant. Lo que luce pero no es principal, en una repartija mucho más romántica que ligar la campera que ya no le anda para el ciclo escolar que esta por comenzar.
Yo no quería ser Kobe Bryant por más que desde el otro lado de la mesa el me intentaba convencer de su inminente aparición en las vísperas de un legado que sería imborrable. A él le trajeron la camiseta original de la leyenda de Chicago. Esa roja con el 23 y el toro de los Bulls. Hasta era linda, la remera. A mi, por decantación, me cayó la 8 amarilla de Lakers en su versión réplica, para volver a ahondar en esto de las diferencias que marcan las generaciones.  
Jordan y Bryant tuvieron una rivalidad solo creada por los medios. Entre ellos eran compinches, casi hermanos, como se llamaron más de una vez. Nosotros también, mi hermano y yo digo, más allá de batirnos a duelo entre Bulls-Lakers en el NBA live de la play 1 hasta altas horas de la noche. Yo a Kobe lo heredé y con el tiempo lo terminé eligiendo, contra mi voluntad. Así empecé a seguirlo en silencio, con la rabia del desfile de anillos para su Majestad y compañia en ese equipo glorioso de Phill Jackson.
La vida en la infancia es un poco así, gana el más grande, a todo, por fuerza, por años, por experiencia (si es que a esa edad la experiencia existe). Mi hermano me volcaba en la cara, me llenaba en los jueguitos virtuales y me pateaba a fulminar en el desafío de penales en el garage, un Pepe Studeveiker de carne y hueso. Me acostumbré a eso, a morder el polvo, a llorar de rabia porque sus artimañas eran demasiado perfectas, como para ganarle una discusión ante la atenta mirada de nuestra madre.
Bryant perdió todos sus duelos mientras Jordan fue Bulls, solo lo venció con MJ vestido de Wizard. Así, se empezó a dar un natural ida y vuelta entre el Rey y el Príncipe, el dueño de la corona y el heredero al reino. Para nuestro desafío personal, también. De a poco algunas de esas volcadas le tape, otro penal le pude atajar con las manos ardidas y le peleé una que otra discusión que terminó en su penitencia. Yo no quería ser Bryant pero de a poco lo aprendí a querer. Disfruté de su crecimiento meteórico personal sin títulos colectivos y pude saborear su primer anillo casi como propio. Jordan se retiró y la posta fue para Kobe. Mientras en paralelo mi hermano creció y la competencia se nos extinguió para inmortalizarse en recuerdos.
Su trágico desenlace me noqueó al leerlo, casi al pasar, en un grupo de WhatsApp. ¿Adónde está la cuestión generacional en este caso? Porque si es por edad debería haber sido Jordan aunque las fatalidades no entienden de documentos. En el cariño de mi anonimato me queda pedirte disculpas por aquél hoy lejano desprecio y agradecerte por acompañarme en mi crecimiento con la desventaja que tenía contra ese Jordan disfrazado de hermano. Descansá en paz.