Existe un juego que en Argentina tiene muchos adeptos, pero que aún no ha alcanzado el clamor popular, ni el fervor enfermizo que posee el fútbol. Esa disciplina que en mi infancia y en mi barrio era conocida como el “deporte de los maricones”.
Estoy hablando del juego en donde un minuto puede ser una eternidad. En donde en veinticuatro segundos puede pasar cualquier cosa. En donde no te podés relajar hasta que suena la chicharra.
Hoy decidí sentarme a escribir sobre eso que pasaba en mi escuela, en mi barrio, en mi infancia. Sólo uno de los chicos del curso practicaba básquet en el club de la ciudad, y constantemente debía soportar nuestras críticas hostiles y burlescas.
-¿En serio te gusta el básquet? ¿Ese deporte de maricones, donde antes de salir a la cancha gritan fuerte como niños de jardín “Un, Dos, Tres… y el nombre de su equipo”?-, le reprochábamos a este compañero, fanático de la NBA.
-Te cobran falta por cualquier boludez-, decía un amigo en la clase de Educación Física. -No podés insultar a nadie porque te cobran técnico-, argumentaba otro, como la mayoría, amante del balompié. Y yo me incluyo en esa lista, porque como todo argentino y sumado a la agenda que manejan los medios de comunicación, el fútbol es nuestra prioridad, nuestra endorfina diaria. Tanto es así que muchas veces se utiliza como herramienta política.
Este chico, que eligió La Naranja antes que otra pelota, porque su papá jugaba al básquet al igual que su abuelo, nos invitaba todas las semanas a que fuéramos a verlo jugar. Pero jamás fuimos. Ni en la primera fase, ni en los playoffs, ni en las finales. Nunca. Porque para nosotros, el básquet era el deporte de los maricones.
Con el correr de los años, mi manera de pensar fue evolucionando y antes de finalizar la secundaria, me di cuenta de que mi vocación era el periodismo deportivo. Me hubiera encantado ser Abogado, Médico o Ingeniero Nuclear. Pero lamentablemente, lo único que podía leer desde el principio hasta el último párrafo, era el suplemento deportivo de todos los diarios y revistas. Mi programa de televisión preferido era “Fútbol de Primera”, en esa época donde los partidos eran codificados y había que esperar con ansias hasta las diez de la noche, para ver todos los goles de la fecha.
En mi cabeza no había otro tema. En más de una ocasión, cuando había que estudiar alguna materia dura, como por ejemplo Historia Política, intentaba relacionar las fechas con acontecimientos deportivos que ya conocía. Y ahora que lo pienso, esa fue la única manera de que terminara la secundaria.
Desde hace algunos años comencé con la práctica periodística y una de las primeras actividades que me tocó cubrir fue el deporte de los maricones. Ese que tanto repudiábamos cuando el profesor de Educación Física nos hacía jugarlo porque, junto con el vóley, eran los “deportes de la institución”.
Hoy, con la experiencia de haber estado presente en varios torneos, y de seguir de cerca lo que sucede dentro y fuera de una cancha, debo reconocer que todos los que decían y pensaban que el básquet era el deporte de los maricones… tenían razón. Es imposible no llorar con este juego. Se derraman lágrimas de felicidad, después de haberle ganado a un rival físicamente superior. Y se derraman lágrimas de tristeza, cuando el partido lo tenías ganado y algunas malas decisiones a la hora de pasar la bola, sumado a errores arbitrales, tiran por la borda el esfuerzo de toda una temporada.
El fútbol, sin ninguna duda, es el deporte más popular en la Argentina y nada lo hará cambiar. Pero créanme, no tiene el frenesí de un partido de básquet. Acá no sirve de nada hacerse el lesionado para ganar algunos segundos. Acá los “barras” no hacen negocios para su beneficio, sino que colaboran para que el club pague sus deudas.
En el fútbol, si vas ganando tres a cero a falta de cinco minutos, el partido está liquidado. Sólo una catástrofe puede cambiar un resultado así. En el básquet, en cambio, una ventaja de diez puntos a falta de un minuto, no garantiza nada.
El básquet es un deporte tan maricón, que no se conforma con un empate. Ni tampoco está la suerte desde los doce pasos. Si el score termina igualado, hay un tiempo suplementario de cinco minutos. Y si continúa la igualdad, hay otro suplementario. Y si sigue la paridad, hay otro más. Y podríamos estar así, hasta que los corazones dejen de latir dentro del rectángulo de juego, si entre los dos equipos no hay un ganador.
Así es el básquet, amigos de la infancia, así es mi querido “deporte de maricones”…
Hugo Videla
@HugoVidela1